En contra de mi costumbre, la entrada de hoy no irá ilustrada. Todavía nos duele en la retina la imagen del niñito sirio ahogado cuyo nombre no mencionaré por pudor y la de todos esos refugiados (hombres, mujeres y niños) tratados peor que ganado en las estaciones ferroviarias de Hungría.
Este periodismo tan crudo y, en cierto modo, machacón ha conseguido que algo se conmueva en nuestro interior y nos haya arrastrado primero a la indignación más furibunda y a continuación a que enarbolemos por todo lo alto la bandera de la solidaridad.
En multitud de ciudades españolas, ante la pasividad de nuestro gobierno, se están ofreciendo (bien a nivel de de corporaciones municipales, bien a título particular) iniciativas de acogida. Y eso está muy bien, pero a todas luces no parece suficiente. Por otra parte, tiene que haber una política humanitaria más eficiente, más coordinada a nivel internacional, más global que implique a todos los países, al menos a los llamados democráticos. La solidaridad está muy bien, pero no puede descansar solo sobre los hombros de particulares y ONG.
Pero es que, además, se me ocurre que no hemos sido tan rápidos ni tan diligentes cuando los refugiados venían (y siguen viniendo) de África y tienen un color de piel diferente al nuestro. No es una noticia nueva, ocurre cada día en nuestra particular parcela del Mediterráneo: la gente se ahoga tratando de llegar a España. Los que lo consiguen, tras mucho esfuerzo y poniendo en grave riesgo su vida, suelen ser deportados, convirtiendo en una inutilidad la hazaña lograda. En Ceuta y Melilla nuestro gobierno tienen levantadas vallas con concertinas exactamente iguales, sino peores, que las que les afeamos a Hungría. ¿Será qué estamos tan acostumbrados que eso ya ni lo vemos... ?
Es necesario, prioritario, que avancemos hacia un planeta global, donde importen las personas más que los regímenes políticos o la economía. Las políticas nacionales e internacionales deberían cambiar para que imperes el respeto a los derechos humanos (sin importar país de procedencia, sexo, color de la piel o religión) y también, cómo no, a los recursos naturales que necesitamos para vivir. Es posible que no sea más que una utopía, pero necesito creer que algún día será posible el Homo solidarius.
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