viernes, 4 de septiembre de 2015

El Homo solidarius

En contra de mi costumbre, la entrada de hoy no irá ilustrada. Todavía nos duele en la retina la imagen del niñito sirio ahogado cuyo nombre no mencionaré por pudor y la de todos esos refugiados (hombres, mujeres y niños) tratados peor que ganado en las estaciones ferroviarias de Hungría. 
Este periodismo tan crudo y, en cierto modo, machacón ha conseguido que algo se conmueva en nuestro interior y nos haya arrastrado primero a la indignación más furibunda y a continuación a que enarbolemos por todo lo alto la bandera de la solidaridad. 
En multitud de ciudades españolas, ante la pasividad de nuestro gobierno, se están ofreciendo (bien a nivel de de corporaciones municipales, bien a título particular) iniciativas de acogida. Y eso está muy bien, pero a todas luces no parece suficiente. Por otra parte, tiene que haber una política humanitaria más eficiente, más coordinada a nivel internacional, más global que implique a todos los países, al menos a los llamados democráticos. La solidaridad está muy bien, pero no puede descansar solo sobre los hombros de particulares y ONG.
Pero es que, además, se me ocurre que no hemos sido tan rápidos ni tan diligentes cuando los refugiados venían (y siguen viniendo) de África y tienen un color de piel diferente al nuestro. No es una noticia nueva, ocurre cada día en nuestra particular parcela del Mediterráneo: la gente se ahoga tratando de llegar a España. Los que lo consiguen, tras mucho esfuerzo y poniendo en grave riesgo su vida, suelen ser deportados, convirtiendo en una inutilidad la hazaña lograda. En Ceuta y Melilla nuestro gobierno tienen levantadas vallas con concertinas  exactamente iguales, sino peores, que las que les afeamos  a Hungría. ¿Será qué estamos tan acostumbrados que eso ya ni lo vemos... ?
Es necesario, prioritario, que avancemos hacia un planeta global, donde importen las personas más que los  regímenes políticos o la economía. Las políticas nacionales e internacionales deberían cambiar para que imperes el respeto a los derechos humanos (sin importar país de procedencia, sexo, color de la piel o religión) y también, cómo no, a los recursos naturales que necesitamos para vivir. Es posible que no sea más que una utopía, pero necesito creer que algún día será posible el Homo solidarius.
 

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